La capital letona es una de esas ciudades que siempre te va a sorprender. Al no ser una ciudad conocida ni integrada en los destinos clásicos del turismo de masa, le hace a uno sospechar de que si nadie sabe nada de Riga, quizás sea porque no tiene nada que enseñar. ¡Craso error!. Como me explicaron mis amigos letones «la diferencia entre Riga y Estocolmo o Tallin, es que nosotros no nos sabemos vender«.
Riga se presenta como un curioso tríptico de estilos bien diferenciados: A.- Lo que viene a ser su casco histórico que va del s. XIII a principios de s. XX. B.- La apabullante y siempre fascinante arquitectura soviética. C.- La época capitalista, con sus centros comerciales y rascacielos acristalados. Poco hay que contar de éstos dos últimos periodos, salvo mencionar el rompecabezas que supuso para los urbanistas del s. XX encajar de manera mas o menos decente esta ensalada de estilos. Pero vayamos a lo verdaderamente hermoso.
La ciudad vieja de Riga empezó a dibujarse en el s. XIII con la llegada de la catedral de Santa María, sede central de su diócesis, a partir de la cual Riga empezó a levantar iglesias como churros. El gran problema fue que su construcción original era con frecuencia realizada en madera, la cual no aguantaba mucho y forzaba a su continua reconstrucción con nuevos materiales. Es por ello que algunos de los templos mas antiguos presentan un estilo tan único, que me he permitido bautizarlo como «estilo riganiano». Estilo que abarca buena parte de la historia de la arquitectura y que consiste en reconstruir una vez al siglo los desperfectos sufridos por usar materiales vulnerables al paso del tiempo como la madera o el ladrillo.
Pero si algo destaca en esta ciudad es su arquitectura civil. Riga guarda en secreto la colección de edificios art nouveau mas grande y mejor conservada del mundo. Más de 700 edificios convierten a esta ciudad en la capital mundial de este estilo. Ciertamente hasta que lo vi con mis propios ojos, no dudé en considerar a Barcelona como la ciudad modernista por excelencia.
La característica de estos edificios es singular. A diferencia del modernismo barcelonés donde los edificios están decorados con motivos de la naturaleza, en Riga sus inmuebles están decorados con rostros. Rostros amorfos, rostros felices, rostros durmientes, rostros dolientes, rostros asombrados…cualquier mueca o actitud existente tiene su avatar en forma de rostro esculpido en algún edifico de la capital letona, conocida como la ciudad de la mil caras.
El amplio catálogo de templos y de edificios art nouveau, así como limpieza y seguridad de su entorno, no han pasado desapercibidos para los inspectores de la UNESCO, que con todo merecimiento han incluido a la ciudad vieja de Riga entre sus lugares de patrimonio de la humanidad.