Lisboa es una ciudad que gusta a todo el mundo. Hay muy buen transporte público, no es una ciudad muy grande, es barata, segura y cada barrio tiene una personalidad única, tenemos pasteles de Belem y que no se encuentra en ningún otro lugar.
Soy de los que dicen que a Lisboa hay que viajar al menos dos veces en la vida. La primera fotografiarla y la segunda para sentirla. Yo he cumplido esta norma. He visitado dos veces Lisboa y desde ya pienso en la tercera visita.
En mi primer viaje hice las actividades de rigor: Elevador de Santa Justa, Palacio da Pena en Sintra, Monasterio de los Jerónimos, Torre de Belem y por supuesto un paseo por el barrio de Alfama en el tranvía 28. De todos estos lugares, tengo fotos, vídeos y selfies. Pero me faltó sentir la ciudad. Me faltó vivir esa cadencia y esa bohemia que Lisboa transmite en cada una de sus callejuelas.
Tenía una deuda que saldar con el alma de esta ciudad, así que regresé en el año 2013 para impregnarme de la esencia lisboeta y la búsqueda la realicé en sus cafeterías, o mejor dicho en sus pastelerías.
En Lisboa hay dos tipos de pastelerías. La famosísima Pastéis de Belem y todas las que no son la famosísima Pastéis de Belem.
Pastéis de Belém, más que una pastelería es un lugar de peregrinación para los que viajan a Lisboa. Aquí se elaboran siguiendo una receta secreta del siglo XVIII los pasteles de Belém, una pequeña tarta de hojaldre rellena de crema y canela.
La cafetería es enorme. Decorada con azulejos blancos y azules tiene capacidad para albergar cómodamente a más de cien personas. Al principio podrás ver largas colas, pero no hay que alarmarse, en poco tiempo estarás en una mesa y recibiendo el pedido. El servicio es rápido, eficaz y la factura sorprendentemente barata para tratarse de un lugar frecuentado por turistas.
Pero para respirar la auténtica Lisboa, lo mejor es visitar cualquier otra pastelería de la ciudad, y si está lejos de las zonas más turísticas, mucho mejor. En cualquier barrio a cualquier hora vais a encontrar una pequeña cafetería donde poder degustar un delicioso Bica (café expreso portugués) con un pastel de Belém.
Seguramente encontréis acomodo en una mesita de un pequeño salón. Tomad asiento y mientras dais los primeros sorbitos al café Bica, dedicad un par de minutos a escuchar los sonidos que hay a vuestro alrededor. De un viejo transistor pueden sonar fados o un programa de radio que no entenderás muy bien, pero que gusta oír por la sonoridad de la lengua portuguesa. Sin duda los clientes que estén en esta pequeña pastelería estarán conversando. Seguramente de la situación del país o de fútbol, dependiendo de la noticia con la que se hayan levantado. Pasado esos minutos de inmersión, dirige la mirada a la persona que tengas más próxima y con una sonrisa dile: – Bom dia. Como você está? –
Todo lo que ocurre después es la esencia de Lisboa.